Mi fanfic: Fire Emblem Crossover

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Manzor
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Mensaje por Manzor »

He decidido contribuir con mi propio fanfic, tras verme inspirado por algunos muy interesantes que he leído por aquí. Se me ocurrió espontáneamente hace un par de días, y debo aclarar varias cosas antes de proceder.

INSTRUCCIONES DE USO xd

1. Los personajes son personajes de Fire Emblems. He tomado sus nombres, y la base de sus personalidades. El hacerlo es un despropósito artístico, pero me ha dado algunas ventajas. La más importante de ellas es que no he necesitado crear personajes, que es la tarea más ardua. Como estoy muy atareado (aunque no lo parezca porque estoy mucho por aquí), esto ha sido fundamental, o no habría podido empezar el fanfic.

Otra ventaja es que no tengo que describirlos exhaustivamente, ya los conocéis. A vosotros os resultará más fácil haceros con ellos y no existirá ese período de "conocer al personaje". Es un fanfic, quiero agilidad.

2. Los personajes son de Fire Emblem, pero no de su copyright: He conservado algunas cosas, pero he cambiado otras como procedencia, algunos rasgos de personalidad, algunos intereses, actitud, argumento, familia... Son, en otras palabras, personajes míos que he decidido que se parezcan a los de Fire Emblem y que coincidan en algunas cosas, pero no tienen por qué ser idénticos.

3. Se puede entender como un crossover en un mundo paralelo, futuro de Tellius, pero tampoco se ciñe a ello de manera restrictiva.

4. No intentéis buscar similitudes con las tierras de los juegos. Los nombres son los mismos y algunas cosas se parecen, pero no tienen por qué ser iguales. En capítulos avanzados me permitirá dar sorpresas.

5. Existe una Academia de Héroes, un concepto popular que permite mezclar ciertos elementos juveniles que disfruto mucho explotando. Influencias de un fanfic de la casa, de Hogwarts y sobre todo, de la Academia de Fable.

6. Por favor, corregidme si me equivoco. Si creéis que algo es mejorable, que no está claro o que es una chorrada, decídmelo. Vuestras opiniones me importan realmente, sobre todo porque estoy escribiendo un libro de un tema relacionado (aunque claro, mucho más elaborado y menos estereotípico) y cualquier opinión vuestra me servirá para depurar mi técnica en proyectos mayores.

7. Tengo seis capítulos acabados, y voy por el séptimo. Calculo que tendrá 15 aproximadamente. Los presentaré según me parezca oportuno, quizá cada semana. Así me dará tiempo a corregir cosas.

8. Por último, no va en el mismo plan que otros fanfic que he visto, que van muy al meollo. Yo me voy por las ramas, supongo que podríamos llamarlo side quest, para desarrollar a los personajes por donde yo quiero. Lo que quiero decir es que no toméis el primer episodio como la regla, el carácter de episodios posteriores podría variar muchísimo.

Manzor
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Mensaje por Manzor »

Capítulo 1: Nuevas amistades

Una belleza cautivadora ensalzada por su gentileza. Estaba en su forma de hablar, en la forma insegura en que miraba a sus amigas, intentando llamar su atención… resultaba encantadora. Sus cabellos caían cerca de su rostro, pero ella no se daba cuenta. Estaba tratando de verse incluida en la conversación, los habituales chismes que las otras jóvenes nobles se contaban. La lengua rozaba sus labios, esperando un momento para intervenir, que no llegaba. Se removió nerviosamente, y sus grandes ojos azules vibraron, cambiando rápidamente la dirección de su mirada de una a otra compañera. Sus ojos del color del mar parecían cambiar a un verde claro cuando los movía tan rápido.

Un sonoro golpe hendió el murmullo de voces de jóvenes aristócratas en el patio de la Academia, y las chicas se volvieron para mirar… del mismo modo que el resto del alumnado que pasaba por allí.

Eliwood había recibido un severo golpe con la espada de madera de otro muchacho. Su propia arma de entrenamiento estaba hecha astillas, en el suelo, no demasiado lejos de su cabeza dolorida.

- Maldición, Héctor. ¡¿Quieres matarme?!
- Es esa chica. No dejas de mirarla. –El otro chico, más alto y fornido, le apuntó con su arma falsa. - ¡Eres un patán! De haber estado en el campo de batalla te habría rasurado la cabeza hasta el cerebro.

Las chicas miraban la escena, y los mirones se paraban al oír las palabras de Héctor. Eliwood sintió sus mejillas encenderse violentamente.

- ¿Qué más da? –dijo en voz baja- De todos modos me habrías ganado…
Su propia respuesta le pareció estúpida, y apenas logró contener las ganas de enterrarse bajo el suelo. Héctor parecía menos colérico y más divertido, viendo sus reacciones.
- Bueno, por algo soy el mejor. –Miró a las chicas y a Eliwood alternativamente- Ah, ¡ya sé! Lo que necesitas es sanación. ¡Eh, chicas! ¿Alguna sabe usar bastones sanadores? ¡Mi amigo Eliwood se ha hecho bastante daño!
- ¡Héctor, cierra la boca!

Pero era demasiado tarde. Una de las chicas se acercaba. Era ella. La chica del pelo castaño y los ojos azules. Héctor sabía perfectamente que de aquel corrillo era la única que estudiaba Sanación, porque era la única que tenía un bastón entre sus pertrechos.

La joven se acercó con una genuina expresión de preocupación en su rostro. Eliwood se quedó ensimismado y dejó de quejarse.

- ¿Necesitas ayuda? ¿Te golpeaste la cabeza? ¡Mira que sois brutos!

La boca de Eliwood se secó. El pelirrojo sintió que si se movía, tal vez el mundo se cayera por un abismo. Mist se arrimó ligeramente y se acuclilló tanteándole la cabeza, y revolviéndole suavemente el cabello.

- Me llamo Mist. No veo nada raro, pero los golpes en la cabeza son traicioneros. Aguarda un momento.
- Y-yo soy Eliwood.

La chica apenas asintió al oír su nombre. Sacó una gasa blanca que llevaba guardada en una especie de bolso que había salido como de la nada. A continuación, se la puso en la frente al pelirrojo y cerró los ojos. Eliwood quedó paralizado por la proximidad de su hermoso rostro. La chica parecía formular algún tipo de oración mientras presionaba la gasa.

De pronto, la mente de Eliwood se aclaró misteriosamente. El dolor y el zumbido de oídos (de los cuáles había dejado de ser consciente cuando la chica se acercó) desaparecieron completamente.

Ella le miró sonriente.

- ¿Ya te sientes mejor?
- S-sí… eh… gracias… ¿qué… qué has hecho?
- Oh, la gasa tiene un catalizador de energía. –Mist se detuvo y miró al cielo, como pensando un modo de explicarlo- Bueno, es complicado –resolvió al fin- Digamos que es parecido a los bastones, pero sólo para heridas muy básicas. ¡Espero que no te des más golpes! ¡Hasta luego!

Y se marchó con una radiante sonrisa y un saludo de la mano. Volvió corriendo con sus “amigas”, las cuáles se habían aburrido y ya se marchaban sin ella.

El resto de mirones también se había desvanecido.

- Bueno, “de nada” –dijo Héctor-. Ahora, si te has serenado, ¿vamos a clase, Eliwood?
- Claro. Vamos.

Los dos muchachos atravesaron el patio de armas, un amplio patio cercado por muros de roca, las murallas interiores de la academia. Entraron por la puerta norte del patio de Armas, y atravesaron un pasillo de piedra. Debía de ser más tarde de lo que creían, porque no había nadie en el pasillo. Aceleraron el paso, ligeramente preocupados.

Salieron de nuevo al aire libre. Era la parte frontal de la fortaleza, entre la muralla interior y la exterior. La zona no era muy ancha, pero sí larga, formando una especie de pasillo de seis metros entre las dos murallas, y de unos doscientos metros de lado a lado. Allí, en la esquina, cerca de la puerta principal, estaban las caballerizas.

Los demás ya estaban allí, recogiendo sus sillas y preparando sus caballos. Titania, la instructora, vio llegar a Eliwood y Héctor. Sus labios se curvaron en una peligrosa sonrisa fina.

- Vaya, vaya, mira a quiénes tenemos aquí. Ya pensaba que os perderíais toda la diversión.
- Perdón… Señora. Estábamos entrenando y me di un golpe… -dijo Eliwood.
- Oh, qué abnegados sois. Os merecéis un premio. ¿Sabéis qué? Creo que os lo daré.

Eliwood tragó saliva. Titania era muy dura, y tenía una extraña obsesión con la puntualidad. Sabía que les haría pagar caro aquel retraso.
Héctor, sin embargo, parecía relajado.

- ¡Estupendo! Bueno, ¿qué nos da, seño?

Eliwood se llevó la mano a la frente, gesto que disimuló rápidamente haciendo ver que se rascaba. Titania sonreía de manera forzada. Por fin, tras unos momentos, Héctor pareció comprender la situación.

- …Algo me dice que no nos va a dar un premio, ¿verdad?

Titania arrebató agresivamente una lanza a un chico de pelo azul claro que estaba detrás de ella, y se la dio con presteza a Héctor.

- Monta tu caballo.

La instructora pelirroja ya no sonreía. Señaló un muñeco, una especie de espantapájaros simple, con una barra horizontal a modo de brazos. En el extremo izquierdo había un escudo, en el derecho, un saco… lleno de arena, aparentemente.

- Golpéalo con la lanza, golpea su escudo. Quiero que lo hagas y que salgas ileso. Si no, te pasarás la tarde limpiando las letrinas de la guarnición del muro exterior. ¡¿Entendido?!
- ¿Qué machaque al espantapájaros? Chupado. Sólo tengo que coger velocidad.

Héctor había entendido que al chocar la lanza contra el escudo, el muñeco giraría, pudiendo golpearle con el saco de arena. Pero si iba lo suficientemente rápido, lo evitaría. De hecho, si le daba lo bastante fuerte ¡hasta destrozaría el muñeco! Realmente sentía algo de lástima por el desgraciado espantapájaros.

Héctor montó el caballo. Eliwood miraba atentamente el muñeco. El chico se acercó a su amigo.

- Héctor, ten cuidado, creo que tiene truco…
- Ya lo sé, Eliwood. –Héctor palmeó burlonamente la mejilla del otro con el guantelete.- Es muy bonito que te preocupes por mí, pero mejor hazlo por ti. ¡Cuando yo me libre, te tocarán a ti las letrinas!

Con una carcajada, salió disparado.

- ¡Héctor, espera! ¡Creo que debes darle!… al… centro del… oh…
La carrera de Héctor fue fulgurante. El pobre caballo alcanzó gran velocidad para la poca distancia que mediaba entre ellos y el aparato. Sin embargo…

Fue visto y no visto. El muñeco giraba aún suavemente, y Héctor yacía en el suelo cuan largo era. Un alumno silbó, otro masculló una imprecación.

- Chicos, os presento –dijo Titania- al estafermo. Será vuestro compañero de prácticas durante los siguientes dos meses. Eso, para los que seáis lo bastante hábiles para vencerlo en ese plazo.

Los muchachos se mordieron los labios mientras se preparaban para una dura caída del caballo.

La expresión de la instructora era la habitual ahora, dura, seca y seria, aunque no cruel. Al menos, eso quería pensar Eliwood.

- En cuanto el vago de Héctor decida levantar el trasero, le seguiréis. Ephraim, ¿qué miras? ¡Coge otra lanza, hombre!

Héctor se levantó con el orgullo herido, y asestó un duro puñetazo al aparato, tan fuerte que resonó en el campo de instrucción. Los jóvenes le miraron, y vieron que el estafermo se tambaleó. Luego, Héctor alzó el brazo triunfante. Algunos rieron y uno que otro incluso alzó las armas en signo de aprobación, mientras una pequeña ovación subía… y bajaba rápidamente ante las cejas fruncidas de la instructora.

Eliwood no pudo evitar sonreír. Así era Héctor. Probablemente hasta se había destrozado la mano con aquel puñetazo, pero siempre conseguía levantar el ánimo a todos.

El curso había empezado hacía tan sólo una semana. Todo lo que habían hecho hasta entonces había sido correr cargados con equipo, y darse algunos golpes con armas de madera incómodas de usar. Aquella era la primera vez que usaban las lanzas para cargar contra un objetivo. Sin embargo, pocos mostraban gran entusiasmo ante la perspectiva.

Una chica con una larga coleta verdeazulada que Titania nombró Lyndis, salió disparada. Pero el resultado fue igual que el de Héctor. El caballo se detuvo despacio mientras su jinete luchaba por levantarse de la hierba.

- ¡No pienso hacer esto! –dijo un chico de pelo castaño y corto- ¡Lo único que quiere es humillarnos! ¡Es inevitable que gire y te golpee! ¡Si el brazo fuera más largo…!
- Erik, carga. Ahora.

El tono de Titania calló al joven, que aún así parecía frustrado y reacio.

- ¡Erik, es una orden!

A regañadientes, el chico ordenó avanzar a su caballo. Se acercó al muñeco, pero cuando iba a impactar… No alzó la lanza.

- Cobarde –susurró Héctor, que ya había regresado.
- ¿Te has hecho daño? –preguntó Eliwood.
- Creo que me he roto la mano, si te refieres a eso –Héctor le guiñó un ojo torpemente.

Eliwood sonrió y contempló cómo Titania reñía a gritos a Erik y le ordenaba hacer cincuenta flexiones.

Erik quería quitarse el peto ligero primero, pero Titania se lo prohibió. De nuevo el chico se quejó. De modo que al final se puso a hacer cien flexiones con el peto puesto.

Titania iba nombrando a los alumnos que iban a cargar, y Eliwood, como siempre hacía, procuraba recordar sus nombres.

Ephraim asestó un potente golpe que casi le valió la hazaña de superar al estafermo, pero al final cayó al suelo igualmente. Eliwood intuía que el muchacho de pelo azul claro tenía la misma teoría que él sobre el aparato. “Ya veremos”, pensó el pelirrojo.

Ike, James y Eirika cayeron ante el estafermo. Tana también, y Luke, Shiida, Kent y Franz. Finalmente, Eliwood se acercó con el caballo.

- Ya era hora. Creí que dije al principio que los dos seríais los primeros.
- Yo…
- Da igual. Prepárate. Ahora.

Eliwood cabalgó. Sabía lo que había que hacer. Estaba convencido. Debía golpear el escudo en el centro. Pero entonces se encontró con una dificultad añadida: La lanza de madera que le habían dado, pesaba demasiado. Apenas podía alzarla, ni con todas sus fuerzas. No sin usar el otro brazo.

El estafermo se acercaba. En un instante, Eliwood decidió que alzar la lanza le agotaría, de modo que esperaría al último momento para apuntar. Veinte metros… diez metros…

“¡Ahora o nunca!”, pensó. Confió en sus reflejos y alzó la lanza usando todas sus fuerzas hacia el centro del escudo.

No lo conseguiría. Se dio cuenta justo un instante antes de que la lanza impactara el escudo. No era el centro. No tenía bastante práctica, ni la precisión, ni la fuerza.

Casi de inmediato notó un fuerte golpe en la espalda, y se aferró al caballo con fuerza para no caer…

Y no cayó.

Eliwood parpadeó. Le dolía la espalda, pero seguía sobre el caballo. La mayoría de los otros alumnos le vitoreaban. Héctor puso las manos alrededor de su boca para hacerse oír.

- ¡Eh, héroe! ¡Saludo a los mortales!

Eliwood, sorprendido pero contento, alzó el brazo que sujetaba la lanza. Se alzó un vitor mayor. Sin embargo, cuando se acercó, Titania seguía sin mostrar sonrisa alguna.

- Suspendido. Tú y Héctor limpiaréis las letrinas hoy.
- Pero… no me ha derribado…
- Teníais que salir ilesos, querido. Has fallado el ejercicio. ¡Oíd todos! –se volvió al resto de los alumnos- Cuanto más cerca del centro del escudo golpeéis al estafermo, más probable es que su giro no os derribe. Este es un ejercicio de puntería y destreza. Cuando lo hagáis bien, cuando podáis dar como mínimo seis de diez veces en el centro exacto sin que os toque, comenzaremos las justas con armas sin filo. ¡Hasta entonces, no merecéis ni siquiera esas lanzas de entrenamiento!

Eliwood se deprimió un poco. Había esperado que el castigo fuera aplicable solo a Héctor, ya que él no había contestado a la instructora, pero decidió tomarse su pena con estoicismo. Después de todo, nunca había limpiado letrinas. Debía de ser simplemente cuestión de echar agua… No debía de ser para tanto.



Mientras Héctor vomitaba junto a la letrina, Eliwood luchaba por soportar la peste.

La tarde caía y el sol luchaba para no hundirse bajo el horizonte, pero la batalla parecía perdida. Como el desayuno de Héctor, que yacía esparcido por el suelo.

- Tío, no puedo hacerlo. Da igual que me haga hacer cien flexiones o correr el campo de instrucción mayor tres veces, como antes de ayer. No puedo hacerlo.
- Nos hará dar diez vueltas al campo de instrucción con los petos y las lanzas.
- ¿Cómo sabes eso?
- Fue con lo que amenazó a Erik cuando trataba de negarse a hacer cien flexiones, y por cómo lo dijo, sospecho que ya ha aplicado ese castigo antes.

Héctor pareció reflexionar sobre ello, y con un esfuerzo sobrehumano, tomó su cubo y su paño y volvió a enfrascarse en la tarea.

Eliwood nunca había valorado aquello como un trabajo “de verdad”. Un trabajo era dirigir un ducado, o un condado, o un país. Un trabajo era luchar y mandar soldados. La artesanía podía ser trabajo. Se equivocaba, aquello también era un trabajo de verdad. En su fuero interno juró que pagaría doble a los siervos que se encargaban de las letrinas en su hogar, en cuanto pudiera hablar con su padre de ello.

- Lo peor es que creo que se me mete dentro de los guantes… -susurró Héctor, y de pronto volvió a vomitar.

Cuando la noche caía, Titania apareció por allí.

- ¡¿Todavía aquí?! ¡Sois un par de incompetentes, los dos! ¡Largaos de aquí ahora mismo! ¡No quiero volver a veros hasta mañana! ¡Ahora, fuera!

Eliwood y Héctor recogieron y se marcharon, sin disimular su gozo por librarse de la tarea. Lo primero que hicieron al llegar a la torre fue bañarse. Luego, acudieron a cenar.

Quedaban pocas cenas, y Héctor afirmaba no tener hambre después de todo el trajín. Sin embargo, el muchacho de pelo azul claro que había hecho la instrucción con ellos ese día, se acercó.

- Hola, soy Ephraim. Estuvisteis muy bien hoy con la instructora Titania. ¡Casi lo conseguiste, Eliwood! ¿Os apetece cenar con nosotros? Nos sentamos ahí.

A pesar de la hosquedad habitual de Héctor con los desconocidos, fue él quien pareció cambiar de opinión rápidamente. De pronto, tenía un hambre voraz. Eliwood sospechaba que se debía a alguna dama sentada a la mesa, pero al acercarse vio que había dos, y no sabía cuál de las dos había despertado el querer de Héctor.

Eirika, de cabello largo y del mismo azul claro que Ephraim, se sentaba enfrente de Héctor. Lyndis, la chica con la coleta verdeazulada, a su lado.

Eliwood se sentó junto a Ephraim, a poca distancia del resto.

- Sois buenos, los dos. –Dijo Ephraim- Tú lo has hecho muy bien con las lanzas hoy, y Héctor destacó con el hacha el otro día.
- Las hachas son para talar árboles –dijo Lyndis sin dejar de mirar su plato, en un gesto de suave y educado… desdén.

Héctor pareció herido en su amor propio.

- Eh, eh. Las hachas son geniales. ¡Pueden con todo!
- Intenta cortar una mosca con un hacha, espabilado –susurró burlonamente la chica con coleta.
- Ningún arma de guerra mata moscas…

Ella se quedó quieta. De pronto, una daga hendió el aire a una velocidad de vértigo.

- ¿Lo ves?

Héctor (y de hecho, el resto de los de la mesa salvo la chica de pelo azul) parecieron muy impresionados.

- Bue… bueno, no era un arma de guerra. ¡Era una daga! ¡No tiene nada que ver!

Lyndis sacudió la cabeza y siguió comiendo con una sonrisa de suficiencia en sus labios. Eirika se inclinó y susurró para Ephraim y Eliwood:

- Hizo lo mismo esta mañana. Es muy presumida.

No lo dijo con mala intención, y Lyndis dedicó una sonrisa de complicidad a Eirika, como si la hubiera oído.

- En fin, espero que seamos amigos, Eliwood –dijo Ephraim-. Ella es mi hermana, Eirika.
- Ya decía yo que veía parecido.
- Sí, somos gemelos. Y ella es Lyndis, la conocimos aquí.
- Mis amigos me llaman Lyn –dijo tragando un bocado-, tú –señaló a Eliwood- puedes llamármelo. Tú, no –terminó señalando a Héctor.
- Oh, vaya. ¿Qué he hecho yo para merecer tal afrenta? Siento mi honor mancillado.
- Mancíllate cerrando la bocaza.

Sin embargo, aunque ambos no paraban de lanzarse pullas, Eliwood reconoció el tono de juego en que lo hacían, y entendió inmediatamente cuál era la presa de Héctor. “Suerte”, pensó. “La vas a necesitar.” Y continuó comiendo.


Fin del capítulo 1

SkyKeeper
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Mensaje por SkyKeeper »

La tarde caía y el sol luchaba para no hundirse bajo el horizonte, pero la batalla parecía perdida. Como el desayuno de Héctor, que yacía esparcido por el suelo.
ADVERTENCIA: SPAM
SPOILER:
morí con esa, jajaja xDDDDDDDDDDDDDDDDDDD
y lo de la presa xDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD, fue epico :aporte:
y lo de las tardanzas..., era la historia de mi vida :fuuu:
cof cof*

ahora sí en serio, pues me gusto la historia, cierto, conocer de antemano al personaje ha facilitado un montón entender la trama, me he divertido, y me ha encantado, un par de cosas (?)

hace tiempo pregunté por aquí por la edad de Mist, creo que quedo en nada, y es que tengo serios problemas con notar la edad en los personajes, desde donde lo veo, Eliwood es un adulto y Mist una niña, pero lo admito, se me hace tierna la reacción de Eliwood al respecto, solo que creo que :ique: no opinará lo mismo y tendremos que reiniciar el capítulo (?)

otro detalle..., sí, lo admito, tambien cometo errores, pero....
SPOILER:
Miró a las chicas y a Eliwood alternativamente
¿alternadamente? (?)
–señaló a Eliwood- puedes llamármelo. Tú, no
¿Puedes llamarme así? (?)
y solo eso, en resumen, me gusto la historía, y me gustaría ver como sigue

:onion20:

Manzor
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Mensaje por Manzor »

Gracias por el comentario, Skykeeper.

Lo de las sugerencias... Mmm... es que "alternadamente" no se usa en España casi nunca... Tendría que consultarlo, a lo mejor es una opción mejor.

Lo de "puedes llamármelo" es un vulgarismo, no estaba seguro de si introducirlo o no. De nuevo, quizá tu sugerencia esté más acorde a las circunstancias. ¡Gracias!

Lo de Mist... Yo me la imagino como de 16, teniendo el protagonista 17. Además, de momento en el último capítulo que he escrito su relación está ligeramente desarrollada, pero no pasan de amigos. Y no estoy seguro de que vaya a pasar de ahí. No sé si quiero darles un final feliz todavía.*

* Nota para mentes enfermas: Sin segundas intenciones.

Manzor
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Mensaje por Manzor »

Sí, era alternadamente. Alternativamente significa otra cosa. Vaya, qué patinazo XD

SkyKeeper
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Mensaje por SkyKeeper »

Manzor escribió: Lo de Mist... Yo me la imagino como de 16, teniendo el protagonista 17. Además, de momento en el último capítulo que he escrito su relación está ligeramente desarrollada, pero no pasan de amigos. Y no estoy seguro de que vaya a pasar de ahí. No sé si quiero darles un final feliz todavía.*

* Nota para mentes enfermas: Sin segundas intenciones.
SPOILER:
:ique: no opina lo mismo
debería dejar ese mal chiste..., en fin, espero pronto el nuevo capítulo

:aporte:

Manzor
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Mensaje por Manzor »

He cambiado de opinión, creo que echaré los capítulos más rápido. Quería replantearme varias cosas, pero qué más da. El tiempo se me acaba. Aceleraré el proceso.

Capítulo 2: Rojo sobre negro

La sala estaba completamente a oscuras. Sin embargo, se percibía tensión en las tinieblas. La habitación no tenía luces, pero tampoco estaba vacía.

Una puerta se abrió, y el haz de luz que proyectó sobre la estancia consiguió descubrir la base de un trono de plata pura. La plata resplandecía, reflejando casi toda la luz que le llegaba desde el umbral, haciendo tenuemente visible la figura de la mujer que ocupaba el asiento.

Otra mujer más joven, responsable de la intromisión de la luminiscencia en la habitación, entró con paso solemne pero claramente contenido en el cuarto. Dos figuras parecieron materializarse en torno a ella, sobresaltándola. Luchando por contener su reacción y por fingir sangre fría, los ignoró. Sabía que no habían surgido de la nada, estaban ocultos en la oscuridad.

La chica oyó el jadeo de una criatura cerca de ella. No volvió la cabeza. También le pareció sentir revoloteos entre los rincones anegados por la oscuridad. Mantuvo la cabeza alta, y se acercó al trono.

La mujer delgada que ocupaba el asiento de plata se hizo más visible conforme se acercaba. Cuando estuvo a corta distancia, una mirada de ojos rojos la dejó inmovilizada. No era magia. Era miedo.

- Noticias. –dijo la ocupante del trono, clavando sus penetrantes ojos encarnados en la joven.

No era una pregunta. Era una exigencia, una imperiosa exigencia que no admitía demora. Sin embargo, la joven no habló de inmediato. Trató de reunir coraje. Se apartó el pelo rubio del rostro para ganar tiempo, pero su mano tembló al hacerlo, delatando su estado emocional. No veía la boca de su interlocutora, pero adivinó una sonrisa de regocijo.

- Todo está… listo. Las cámaras oscuras han sido construidas. Fue… tarea fácil. Tal como predijisteis, los lugareños no ofrecieron resistencia.

La figura sentada mantuvo quieta su mirada. Luego, sus pupilas rojas cambiaron la dirección y pareció mirar hacia un punto indeterminado a su derecha, hacia la oscuridad.

- Pronto se hará la luz, hija mía. Tiempo.

La joven miró en la misma dirección brevemente, y con algo de temor, pero no vio más que oscuridad.

- Sí, madre –respondió-, pero no sé si seremos capaces… las señales de la luna son contradictorias…

La mirada roja se clavó rápidamente en la chica rubia, cuya voz quedó ahogada. La dama oscura continuó.

- La luna nos sirve. Su luz iluminará nuestros pasos. Tiempo. La Casa de los lores caerá. No podrá ser de otra manera. Y el camino estará libre para nuestro retorno.

La chica empezó a farfullar algo, pero la mujer de ojos rojos alzó la mano, y se detuvo de inmediato.

- Los salvaremos, hija mía. Se hará la luz y tras la luna vendrá el sol, y todos serán salvados.

La joven intentaba aparentar estabilidad, pero su inquietud se reveló al temblar sus rizos dorados. Parecía esperar a que su madre continuase, pero no lo hizo, y al cabo se hizo evidente que no lo haría. De modo que se inclinó en señal de respeto y besó la mano de la mujer, apenas alzada para ello. Por último, salió de la habitación. Su paso se aceleró al acercarse a la puerta de salida, y la cerró rápidamente pero con cuidado.
La habitación quedó de nuevo en tinieblas.

Una voz masculina murmuró audiblemente cerca del trono:
- No entiende nuestras intenciones. Es una amenaza. Debiste infectarla, Arunne.

- Está infectada –contestó la interpelada tranquilamente. –Deja que cumpla su objetivo. Al final se salvará como todos los demás.

La mujer cerró los ojos rojos y un silencio de muerte llenó la estancia.
Última edición por Manzor el 09 Ago 2013, 17:14, editado 1 vez en total.

JuanM
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Mensaje por JuanM »

Megustamusho, casi tanto como me gustas tu, así que seguiré leyendo hasta que termine. Saludos manzor.

Manzor
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Mensaje por Manzor »

Ocelot Neto escribió:Megustamusho, casi tanto como me gustas tu, así que seguiré leyendo hasta que termine. Saludos manzor.
Bien... eh... que conste que no voy por ahí, ¿eh? Es decir, lo respeto y todo eso... XDD

JuanM
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Mensaje por JuanM »

Oh, no eres HeZpAÑOl, Pero aún así te quiero :$

SkyKeeper
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Mensaje por SkyKeeper »

Interesante capítulo, aunque no entiendo quienes sean las mujeres y el tío que estaban allí, aun así muy interesante, e intrigante, espero pronto leer mas

:fray:

Manzor
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Mensaje por Manzor »

Capítulo 3: Sangre azul

“En el año 1023 de la Segunda Era, los dragones declararon sus intenciones de abandonar el continente de Arsel en su búsqueda de un mundo mejor. El día del Último Pacto, los representantes de los reinos humanos más importantes de la época y el primer señor de Kair Ardulus se reunieron con el soberano de los dragones, que partió volando con el resto de su especie, hacia el Mar del Fin.

Este hecho queda registrado como un punto de inflexión en la historia de los pueblos de la tierra de Ársel en los Tres Continentes, pues supuso…”

Eliwood quería seguir leyendo lo que supuso, pero se vio obligado a posponer su lectura. El profesor de historia, Canas, estaba hablando. Y por el énfasis que ponía, debía llevar un buen rato. Eliwood se sentía apasionado por la historia, y a veces se perdía en los libros.

Todo lo contrario que Héctor, que tenía exactamente la misma postura que cuando entraron en clase, dos horas antes. Su mirada fija casi daba miedo.
Otras personas se inquietan, se remueven y hablan cuando se aburren. Héctor superaba esa fase a la media hora. Tras eso, parecía entrar en una especie de sopor profundo, sin siquiera cerrar los ojos.

Al mirar a su amigo, Eliwood vio varias mesas más allá, a Mist. Le pareció que la chica estaba aquel día más hermosa que nunca. Se quedó mirándola distraídamente hasta que…

- Eliwood hijo de Elbert, ¿sería tan amable de explicarme alguna teoría que se le ocurra sobre el por qué sucedió lo que acabo de decir? Explíquese en base al capítulo 2, por favor.

Eliwood se sobresaltó al oírse nombrado. No tenía ni idea de lo que hablaba el profesor Canas. Buscó una respuesta. No se le ocurría nada. De pronto, la posibilidad de hacer el ridículo ante los, fácilmente, cien compañeros de curso que había en la enorme sala de audiencias, parecía un martillo que caía sobre él. Historia era la única asignatura que compartían todos los alumnos de la Academia Kair Ardulus.

Luchó por no mirar a Mist.

- Tal vez su compañero tenga a bien echarle una mano. ¿Héctor?
Un silencio sepulcral. Héctor no se movía. Su mirada fija. Su cuerpo totalmente paralizado. Canas se sobresaltó de pronto.

- Por todos los… ¡¿muchacho, estás bien?!

Héctor despertó repentinamente, y con un movimiento de una velocidad sin igual, se incorporó bruscamente en la mesa, levantándose y casi preparándose para saltar. De pronto pareció darse cuenta de dónde estaba, y la nueva sorpresa lo hizo tropezar con el asiento y caer al suelo de espaldas.

Eliwood gimió para sus adentros. “No, otra vez no. ¿Por qué pasas tanto tiempo en el suelo?”. Muchos se rieron. Canas parecía perplejo. El musculoso joven se levantó y se incorporó en el asiento. No parecía demasiado avergonzado, pero sí ligeramente dolorido por el golpe.

- Profesor, no nos asuste de ese modo. Es peligroso. Ya tengo bastantes golpes gracias a la instructora Titania…

Canas no parecía tener ni idea de qué responder. Eliwood se dio cuenta de aquello no le había pasado jamás.

- Eh… bien… tendré más cuidado –farfulló, para perplejidad de todos, el profesor-, ahora… dime, ¿por qué crees, Héctor, que el Señor Dragón se adentró en el Mar del Fin rechazando el apoyo naval del imperio Begnion?
- No lo sé. ¿Le apetecía estirar las alas?

Más gente rió. Algunos le miraban con admiración. Canas tenía la boca abierta.

- Una… teoría interesante, señor Héctor de Ostia.

Se oyó una voz tenue que decía algo como “vergonzoso”. El profesor se volvió y señaló a un joven de pelo azul oscuro, que se sentaba en primera fila.

- ¿Señor Pelleas, tiene alguna teoría distinta usted?

Pelleas calló y adoptó una postura digna y seria.

- Sí, varias. En primer lugar, la situación política entre dragones y otros laguz no era tan buena entonces como en épocas pasadas, antes del emerger de las Tierras Nuevas, al final de la Primera Era. Además la región desolada de Goldoa se descubrió rica en yacimientos naturales muy perseguidos, como estaño y litio. La presión ejercida por la economía de todo un continente emergente sin duda fueron acicates más que suficientes para que el señor de los dragones desconfiara de la ayuda de los humanos, quienes habían demostrado una moral ambigua al resolver casos como la falta de agua de Goldoa, exigiendo parte de su territorio ancestral…

- Oh por la diosa –Interrumpió Héctor en voz alta- ¿Se puede decir menos con más palabras? Esas lagartijas eran los seres más poderosos del continente, les importaba un bledo lo que quisieran los humanos. Sin duda se los habrían comido si se les hubiera antojado. La verdad, prefiero mantener mi teoría de que les apetecía marcarse un vuelo.

La cabeza de Lyndis, dos filas por delante, chocó contra su mesa en un gesto de frustración, pero muchos rieron de nuevo. Pelleas no era muy popular.

El profesor empezaba a encajar la situación, y las reacciones de Héctor parecía que empezaban a agotar su paciencia. Su sorpresa inicial había disminuido, y ya no parecía tan dispuesto a tolerar sus accesos.

- Señor Héctor de Ostia, ¿debo recordarle los modales que sin duda debe poseer todo caballero?

Pelleas miraba a Héctor con hostilidad.

- Profesor, le responderé si no le importa.
- Adelante.
- Los dragones son poderosos, sí. Pero su número había estado menguando sin cesar durante cinco mil años. Para el día del Último Pacto, se estima que no quedaban más de cincuenta. Además, como todos los seres de Arsel, estaban sometidos al hambre y a la sed, si bien no “comían humanos”. Tales cuentos se relatan a los niños. Los dragones eran una civilización avanzada que…

- Que vivían en cuevas. Hablas demasiado, Pellitas.

Nuevas risas. Eliwood sentía lástima por Pelleas, aunque no le cayera demasiado bien. El muchacho, ahogada su voz por las risas de sus compañeros, calló y finalmente se resignó en su asiento.

Canas trató de mantener el orden, pero la clase casi había acabado, y la gente no parecía dispuesta. Finalmente, dio la lección por concluida diez minutos antes de la hora, y todos salieron de la enorme aula. Para evitar las aglomeraciones, Eliwood y Héctor se quedaron atrás.

Lyndis se acercó mientras el aula se vaciaba.

- ¿Has visto cómo he machacado al listillo ese, Lyn? –preguntó alegremente Héctor.
- No te has cubierto de gloria precisamente. Has quedado como un perfecto idiota, ¿sabes?
- ¿Qué dices? ¿No estabas atenta a la clase? Lo entiendo, de todos modos yo también me dormí… hablando de eso, me escuecen los ojos y no sé por qué…

Un muchacho rozó a Héctor al pasar. Era Pelleas.

- ¡Eh, idiota! ¡Ten cuidado! –dijo Héctor.
- ¿Por qué? ¿No te apetece “estirar las alas” un rato y marcharte por ahí a decir estupideces? –respondió Pelleas.

La mirada de Héctor se volvió pétrea y se acercó a él. Eliwood se dio prisa en intervenir.

- No le des una excusa, Héctor –dijo sujetándole.- Es un mago. Y además tiene razón. Eres un idiota.

Héctor pareció sopesar la situación.

- Si tú lo dices no me importa –dijo-, me importa que lo diga él. Y me importa un comino que sea mago o no. No creo que sepa más conjuros que uno para matarme de aburrimiento.

Parecía que se calmaba, pero de repente, cuando Pelleas se marchaba, ocurrió algo. El joven mago sacudió su capa con altanería, y eso fue más de lo que Héctor podía soportar. Propinó un fuerte empujón a Pelleas, que cayó al suelo con fuerza.

- ¡¿Ahora qué, listo?! ¡Vuelve a mover tu capa, valiente!
Pero Pelleas no lograba levantarse. Físicamente era muy débil comparado con el otro chico, más fornido y alto que él. Una chica se acercó. Tenía el cabello plateado, y como no la conocía, Eliwood supuso que pertenecía a la clase de los magos.

- ¡Eres un animal! –dijo a Héctor- ¿Eso os enseñan en Ostia, a meteros con chicos más bajos? ¡Repugnante!

La chica de cabello plateado ayudó a Pelleas a levantarse, quien se fue con la cabeza baja (quizá le sangraba la nariz). Héctor parecía decaído. Se volvió buscando apoyo, pero Lyn se había marchado y Eliwood no le miraba directamente.

- B-bueno… era un mago, ¿no? Podría haber hecho… algo… con su magia…
- ¿Matarte de aburrimiento? -contestó irónicamente su Eliwood.

Finalmente se marcharon los últimos del aula. Héctor no habló y se comportó con tosquedad. Eran casos raros, pero a veces Héctor se sentía genuinamente avergonzado. Eliwood lo había visto pocas veces, pero sospechaba que aquella era una de ellas.

Al salir al patio de armas, Eliwood vio a Mist. Esa vez iba sola, sin esas chicas con las que solía verla.

- Héctor, te dejo un rato. Tengo algo que hacer –dijo Eliwood.

Pero para Héctor, igual le podría haber dicho “bla, bla, bla”. El enorme joven tenía el ceño fruncido y respondió con una cabezada a Eliwood, marchándose directamente al comedor.

- Ah, hola, Mist. –Saludó el pelirrojo al acercarse.
- Hola, eh…
- Eliwood.
- Ah, sí. Perdona. Soy malísima con los nombres –dijo la chica.- Tu amigo es un poco tonto, ¿sabes?
- Sí… pero mejora cuando lo conoces.
- Eso espero –continuó Mist. Eliwood la seguía caminando por el patio. – Pelleas es algo pedante, pero es buen tipo.
- Es verdad, estudias en la clase de magia, ¿no?
- No –contestó-. No pude permitirm… quiero decir, las clases de magia de luz son compatibles con las de sanación, pero la magia no es tan fiable como una buena espada.
- ¿Estudias esgrima?
- Sip, me incorporo esta semana.
Eliwood se sintió trastornado. Un intenso júbilo nació en su interior.
- ¡Estupendo, nos veremos allí entonces!
- Supongo –repuso la chica. Se detuvo. - ¿Necesitas alguna cosa? No habrás vuelto a golpearte la cabeza, ¿verdad?
- ¿Eh? Ah, no. Quería invitarte a comer.
- Oh.
- Con el resto de mis amigos, claro. Conocerás a muchos si vas a asistir a la clase de esgrima, ¿por qué no empezar?
- Ah, claro. Me parece muy buena idea, gracias por invitarme. Iba a comer con… -miró alrededor, pero no vio a quienes buscaba- Da igual… te acompañaré.

Eliwood no estaba seguro de si Mist se había sentido animada o desanimada al sugerir que comerían con más gente. Intentando mantener alto el ánimo, trató de pensar en la segunda alternativa mientras caminaban hacia el comedor.



La comida no fue especialmente divertida. Héctor estaba hosco y callado. Ephraim y Eirika parecían… ¿intimidados? Por la presencia de Mist, porque hablaban mucho entre ellos pero poco con el resto, y si Mist intervenía, sus comentarios se silenciaban rápidamente.

Lyndis era la única que se comportaba con naturalidad con Mist, algo que (según pareció a Eliwood), la joven sanadora agradecía.

Viendo que la mesa estaba incómoda, Mist abandonó pronto la comida.

- Es buena chica –dijo Eliwood mirando a Ephraim y Eirika-, podríais haber sido más amables.

Los gemelos se miraron.

- ¿No lo sabes? –preguntó Ephraim. Como Eliwood hizo un gesto de incomprensión, continuó- Mira, ¿ves a ese chico de ahí? Es casi tan grande como Héctor. El que se sienta solo.
- Ah, sí.
- Es el hermano de Mist.
- ¿Y? ¿Ha hecho algo malo, por eso está solo?
Ephraim parpadeó. Eirika retomó la conversación.
- No, no. Bueno, sí. Sí y no. Los dos son hijos de un guerrero famoso, pero no corre sangre noble por sus venas.

Eliwood comprendió súbitamente. Tenía sentido. Él mismo se había quejado antes de entrar en la Academia de que se permitiera entrar a hijos de plebeyos.

La Academia Kair Ardulus tenía muy pocas plazas. Únicamente los más poderosos lores de Arsel se podían permitir mandar a sus hijos a aquel lugar. Pero a veces, un benefactor anónimo pagaba la matrícula a alguien. Esos individuos resultaban algo molestos a los aristócratas, pero no estaban realmente mal vistos mientras el benefactor fuera noble. Sin embargo, aún más raramente alguien sin un título lograba reunir el capital suficiente para enviar por sí mismo a sus hijos a la Academia.

Eso sí era considerado realmente afrentoso.

Y eso explicaba que Mist y su hermano no encajaban en ningún lado.

- Y luego me llaman idiota a mí –rompió su silencio inesperadamente Héctor.- No entiendo qué importa que tengan sangre azul o no. El chico es Ike, y es el único que se acercó a mi nivel en la clase preliminar de combate cuerpo a cuerpo. Y es muy bueno con la espada.

Lyndis asintió. Por primera vez, Eliwood le notó una sonrisa de genuino apoyo a un comentario de Héctor.

- Bueno, tiene mucho que mejorar –dijo Eirika-, su estilo es demasiado personal y burdo.
- ¿Qué esperas, después de todo? –le contestó su hermano.

Eliwood se sorprendió por sentirse ajeno a la conversación. En las dos semanas que llevaba en la academia, había visto en Ephraim un ejemplo de honor, inteligencia y respeto. Eirika era una dama guerrera realmente hábil, sabia y gentil. Pero en ese momento los aborreció. Y a sí mismo también.
Sintió la necesidad de hablar con Mist pero no tenía ni idea de dónde podía estar, de modo que se mantuvo callado.

Ephraim y Eirika se dieron cuenta de que sus opiniones no eran muy bien acogidas en ese caso, de modo que cambiaron de tema y charlaron sobre los instructores y las clases, y poco a poco, todos se animaron.


Fin del capítulo

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Notas: Aquí cambié la tónica para introducir personalidades en los personajes, más allá de las que se ven en los juegos y, probablemente, contradictorias con ellas. Los personajes que aparecen en los juegos no me dan la amplitud de movimiento que necesito, así que los reinvento procurando mantener su coherencia interna.

Honestamente, nunca había hecho eso. No estoy seguro de cómo queda. Se aceptan sugerencias sobre los cambios que introduzco, pero me temo que voy muy avanzado y sería complicado introducir modificaciones importantes ahora...

Manzor
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Capítulo 4: Pacto silencioso

Eliwood estaba agotado. Miró frustrado el mapa que tenía ante sí. No encontraba cómo contrarrestar los refuerzos que aparecían por el norte en el turno veintitrés. Era imposible. No podía dejar una guarnición de guardia porque necesitaba a todos los hombres en el frente, ya lo había intentado de ese modo. El problema es que entre su gente y el refuerzo había un río, y no tenía tiempo de cruzarlo antes de que deshicieran su línea principal y desbarataran toda su ofensiva.

Agarró el pergamino y estaba a punto de arrugarlo y tirarlo furioso cuando le pareció advertir algo nuevo. El joven desplegó de nuevo el mapa, despacio.

Había que empezar de nuevo la batalla, pero en ese caso, cambiaría la distribución de los soldados. De entrada, en clase el profesor había repetido que era imprescindible dejar una guardia para el carro de suministros. Pero aquellos guerreros enemigos que aparecían en el turno veintitrés no se preocupaban por el carro. Iban a por la retaguardia de la tropa principal.

¿Aprobaría el profesor desviar a la guardia del carro?

Eliwood se imaginó en el campo de batalla. Caos por todas partes. Sus soldados luchaban a brazo partido, pero ya faltaba poco. La presión sobre la línea enemiga era extrema. Era la ofensiva final. ¿Qué obtendría al capturar la posición? Eliminaría una amenaza, y ganaría una posición crucial. Podría reagrupar a sus hombres y recuperar fuerzas. Tendría nuevos suministros.

- Eso es.

Eliwood abrió los ojos. Era cierto. Esa era la solución. Sí, podía decidir la batalla recuperando a los hombres del vagón de suministros. Aceleraría la victoria y salvaría vidas. No solo eso. Podía asegurar la retaguardia de la línea principal.

- Espero que el profesor Saleh lo apruebe.

Saleh era el célebre director de Kair Ardulus. Lo que pocos novatos sabían antes de empezar sus clases, era que también trabajaba como maestro de Estrategia y Táctica militar, aunque paradójicamente fuera un mago. Eliwood y Héctor siempre habían imaginado a un viejo veterano en esa posición, alguien que llevara la armadura vieja y gastada al aula y que tuviera una barba blanca.

Pero Saleh era no tenía barba, y resultaba distante y frío. No era como el profesor Canas. Imponía silencio sin pretenderlo. Además, a Héctor le encantaba. Casi era su ídolo.

- Será un mago, pero ese tío sabe lo que se hace. Además, ¿viste cómo le cerró la boca al estirado de James? ¡Ja! ¡Zas, en toda la boca!

Solía hablar de esa manera del mago, aunque Eliwood no tenía ni idea de cómo habría aprendido esa peculiar expresión. Bueno, Héctor se movía entre gente peculiar a veces.

Saleh daba la clase en uno de los áticos del castillo. Era un aula mucho más pequeña que la de historia, pero ello era debido a que Estrategia y Táctica militar era una asignatura menos concurrida.

Aquella mañana un sol frío se filtraba tenuemente por los elevados ventanales. Los días calurosos se comenzaban a mostrar reacios a aparecer, y en cambio, el otoño alardeaba de su creciente poder.

Saleh entró en la clase envuelto en su capa marrón. Siempre iba vestido con una capa de ropa extra a la que el tiempo requería, o eso parecía.

- Empecemos –dijo sin espera ni ceremonia- por ver qué habéis hecho con el ejercicio que os mandé. ¿Alguien ha ganado la batalla?

Comentarios de “imposible” surgieron por todo el aula. Ephraim meneaba tristemente la cabeza, y Lyndis tenía el ceño fruncido, y miraba fijamente al profesor.

No era la única. Había ceños fruncidos por todas partes.

Eliwood alzó la mano algo dubitativo. Para su sorpresa, en toda la clase solamente otra mano se levantó, la de James.

- Bien. Eliwood, dínos, ¿cuántas bajas has tenido?
- Siete.

Murmullos de sorpresa sonaron por el aula.

- ¿James? ¿Cuántas bajas soportó tu ejército?
- Cero.

La sorpresa fue mayor, y esta vez se unió el propio Eliwood al estupor general. Era imposible, él lo había intentado durante mucho tiempo y había barajado todas las estrategias permitidas en el juego.

- Dejadme vuestros pergaminos –continuó el profesor.

Los miró durante unos minutos, durante los cuales se hizo la expectación. Finalmente, les habló.

- Los dos habéis ganado porque habéis hecho una jugada arriesgada. Ambos abandonasteis los carros de suministros.
- ¡Así gano yo también! –dijo alguien desde detrás. A Eliwood le pareció la voz de Erik, un muchacho desagradable que Héctor detestaba especialmente.
- No se puede hacer eso –dijo Eirika en tono amable y algo maternal mirando a Eliwood- De las provisiones depende tu ejército. No las puedes abandonar.
- Muy bien, El –respondió Héctor- Ya era hora de que hicieras trampas. ¡Si hay que ganar, se gana como sea!

Eliwood no estaba seguro de si le irritaba más la gentileza de Eirika o la actitud de Héctor. ¡No había hecho trampas, y tenía buenas razones para abandonar los suministros!

- Silencio. –Automáticamente la gente calló, deseosa de oír la explicación del profesor vestido de marrón. – Lo que James y Eliwood han hecho es arriesgado. Pero ganaron la batalla y con un número mínimo de bajas. ¿Decidme, es mejor perder la batalla? “Bueno, no pasa nada. Ya se luchará otro día. Me iré con mis suministros y ya volveremos luego.” ¿Es eso? ¿Pensáis así?

Todos quedaron absortos.

- Si no sois capaces de pensar por vosotros mismos, si no sois capaces de desafiar la norma establecida, las convenciones, y de asumir la responsabilidad por vuestros actos, provocaréis la muerte de vuestros hombres.

Hubo murmullos de disconformidad. En estudios militares, se enseñaba que lo más importante era obedecer las órdenes, aunque parecieran erróneas. Se enseñaba que no obedecerlas acarreaba la muerte. El profesor pareció adivinar lo que pensaban.

- Vosotros no seréis soldados. Estáis en esta Academia, en Kair Ardulus, que significa “La Casa de los Héroes”, porque seréis comandantes. Dirigiréis tropas. Las vidas de vuestros soldados dependerán de vosotros. Y el destino de la batalla, dependerá de vuestras decisiones. Los soldados deben obedecer vuestras órdenes y con ello, ganar la batalla. Vosotros debéis pensar la forma más fácil de que vuelvan con sus familias cuando todo termine.

Eliwood decidió que no le agradaba la perspectiva. Y no era la primera vez que lo pensaba. Era demasiada responsabilidad, un gran peso. De pronto las apenas siete bajas le parecieron excesivas. Tal vez aquel pergamino era más que un juego.

- Abandonar el carro de suministros no es una gran pérdida, porque al ganar, obtendréis los suministros de la fortaleza capturada. Pero además, con esos refuerzos es posible deshacer la emboscada del turno veintitrés. Es arriesgado, porque si aparecieran nuevos enemigos ocultos en la fortaleza, la batalla se perdería y los víveres estarían comprometidos. Pero mirad al comandante enemigo. Está en la primera línea de defensa de la fortaleza.

Entonces, James intervino:

- Eso demuestra que no quedan refuerzos enemigos en la zona. El comandante está arriesgando su vida, siendo la persona más importante de su batallón. Si el cae, es casi seguro que la batalla se perderá, pero aún así se arriesga. Por eso habríamos sabido que podíamos permitirnos usar la guardia de suministros.

Saleh asintió.

- Bien, pasemos a otro tema.
- ¡Espere! –interrumpió Eliwood- ¡¿Cómo ha conseguido cero bajas James?!
- Oh, fácil. Mandó tropas bordeando el mapa de combate, por detrás del bosque. Tardó siete turnos, pero atrapó al adversario por dos flancos e impidió la masacre causada por los arqueros, que usted, Eliwood, no pudo evitar.
- Pero…

El joven lo entendió. Pensamiento original, no limitarse a las reglas del mapa. Nadie había dicho que eso pudiera hacerse, no era una “regla del juego”. Era una base de la batalla. No enviar a todas tus tropas a un ataque frontal si puede evitarse. Eliwood empezaba a entender lo marrullero que era Saleh. Éste sonreía con siniestra satisfacción mientras preparaba la siguiente lección.



- Oh, y yo que respetaba a ese profesor –dijo Eirika mientras salían del aula-, nos ha engañado completamente.
- Se ha quedado con todos nosotros –confirmó Héctor.
- Nos ha tomado el pelo –terminó Lyndis.
- No a todos –sonrió Ephraim.

Eliwood le devolvió la sonrisa, poco entusiasmado.

- Es injusto que haya reglas “secretas” –dijo Eirika. - ¿En qué clase de juego te inventas las normas sobre la marcha?
- No lo has entendido, hermana –repuso su gemelo-, no era un juego en realidad. Era una simulación.
- Bah.

La lección había sido agotadora. Le apetecía comer y descansar, pero aún era temprano. Primero tocaba esgrima.

La clase de esgrima se impartía en el campo de instrucción menor, entre los muros internos y muros externos del este, el campo de instrucción número tres. No era la zona abierta más amplia dentro de la fortaleza, el campo dos, donde se celebraban las justas, pero a pesar de ello no dejaba de tener un tamaño considerable.

Cuando Eliwood y sus amigos llegaron, ya había algunos esperando. Mist y su hermano Ike estaban sentados cerca del muro interior. El instructor, Seth, charlaba con ellos.

- Mira, Eli. Qué suerte tienes, ahora podrás acercarte a ella, ¿eh? –dijo Héctor golpeando de manera evidente a Eliwood con el codo.
- ¡Cállate! Y no me llames Eli –susurró rápidamente el pelirrojo.


- …No te preocupes, Mist. Estoy seguro de que lo llevas en la sangre. –Decía el instructor.
- Pero sólo sé lo básico…
- Buenos días, profe –saludó alegremente Héctor.
- No soy profesor, Héctor –respondió Seth. No parecía enfadado, sino más bien aburrido- Soy tu instructor, y comandante de la guardia del castillo. No me llames profesor, por favor. Yo os entreno. Nada más.
- Como quieras, profe. ¿Qué toca hacer hoy?

Seth era un hombre que apenas acababa de poner un pie en el territorio de la mediana edad. Era amable y rara vez recurría a la voz de mando, al contrario que la instructora Titania, con quien Héctor jamás se habría tomado aquellas familiaridades. Además, Seth era un hombre atractivo, con flequillo castaño corto, y chicas como Lyndis y Eirika habían reconocido varias veces este hecho en sus conversaciones “no aptas para chicos, con alto contenido de chismes mortalmente aburridos”, o así las llamaba Héctor. Aún así, el alto muchacho no se perdía ni una palabra de tales diálogos.

Seth dio por perdido a su alumno preguntón, y miró al resto.

- Primero, debo deciros que tenéis una nueva compañera. Sé que ha llegado un poco tarde, pero de todos modos algo me dice que no le costará ponerse a vuestro nivel.
- ¿Tan bajo es nuestro nivel?

Para perplejidad de Eliwood, la pregunta había procedido de Ephraim. Varios compañeros sonrieron, y Ephraim sonrió nerviosamente, como si realmente hubiera hecho un chiste. Pero Eliwood frunció el ceño, y se dio cuenta de que algunos más también lo hacían. No era un secreto que la posición de Ephraim respecto a la incorporación de alumnos que no fueran de origen noble era algo más… sólida de lo habitual.

- Bien, dejad las tonterías junto con las capas. Sí, dejadlas en ese rincón. Luego las recogeréis. Ahora tomad las espadas de entrenamiento, espero que tengáis las vuestras… tal vez no debí dejar que os las llevaráis. Bien, ahora quiero que os pongáis por parejas. Pero igual que el otro día, sólo los movimientos elementales. No os quejéis más –dijo ante los comentarios deprimidos de los alumnos- y tú menos, Héctor. Tú, Ike… Y vosotros de ahí atended. Sé que el otro día os pusisteis a combatir. También sé que no era una pelea de verdad, que queríais más acción, pero escuchadme: Quiero que sólo hagáis los movimientos básicos hasta que diga otra cosa. Estocada, retroceso, tajo vertical, barrido y aguantar. Recordadlo.

Mientras cogían sus armas, Eliwood pensó que quería entrenar con Mist. La buscó, pero era demasiado tarde, se había puesto de pareja con su hermano. Ike era un chico enorme, e incluso en aquellos momentos tenía cara de pocos amigos. Su color de pelo era azul oscuro, y sus ojos más oscuros que los de Mist. Apenas se parecía a ella. Sus edades también eran bastante distintas.

En la Academia de Kair Ardulus, la edad es poco relevante. Cuenta la generación. Cada tres años, todos los alumnos eran nuevos. Éstos se entrenaban tres años, y se marchaban. Las clases no se organizaban en torno a edades, aunque había límites implícitos. Nunca se entraba más joven que con dieciséis años, y rara vez los novatos tenían menos de diecisiete. Casi nunca más de veinte.

Para que Mist tuviera varios años menos que Ike, tendría que tener dieciséis... Lo que no estaba mal, porque él (Eliwood) tenía diecisiete. Estaba mal visto casarse con una mujer de más edad, pero mientras fueran similares...

- Eliwood…
El pelirrojo se dio la vuelta saliendo de sus ensoñaciones y se encontró con Ephraim.
- Héctor se ha puesto con Lyn, y Eirika entrena con James… ¿te pones conmigo?
- Claro.

Practicaron los movimientos. Lo “interesante” de la tarea eran los tiempos. Los dos tenían que hacer los movimientos, pero en tiempos ligeramente diferentes. Cuando Ephraim hacía la estocada, Eliwood debía hacer el retroceso. Cuando él hacía el barrido, Ephraim tenía que mantener la posición. Al principio la sincronización costaba un poco, pero enseguida la tarea se volvía repetitiva y aburrida. La media mañana avanzó despacio.

- Bien, de acuerdo. Ahora quiero ver cómo os manejáis en una situación más imprevisible. Voy a ir escogiéndoos parejas para ver cómo os desenvolvéis.
- Por fin podremos combatir –comentó Ephraim junto a Eliwood.

Sí, era un cambio. Eliwood se preguntó cómo repercutiría el ejercicio que acababan de realizar. Debía tener algún significado.

- A ver, Ike… ¿eres tan amable de salir al centro? Muy bien. Vas a batirte con… veamos… Ephraim. Ike es un poco más grande que tú, pero creo que estaréis relativamente igualados. Antes que nada, no quiero que os hagáis daño. Un duelo entre soldados se resuelve casi siempre con el primero que ataca. Pero los combates de élite, que es para lo que os adiestro yo, son distintos. Quiero que vosotros midáis vuestras fuerzas primero. Aprended a tantear a un rival. Sin golpes directos, ¿de acuerdo?

Sus miradas se cruzaron. Ephraim atacó primero con un golpe bajo, destinado a probar la guardia del adversario. Eliwood lo sabía porque su padre le enseñó algo de combate con espadas. Primero, buscar el punto débil. Un golpe bajo por sorpresa puede tullir y ralentizar al adversario, siempre es buena idea empezar de ese modo si usas un arma ligera.

Ike no bloqueó el ataque, y parecía que Ephraim realmente iba a rozarle. Sin embargo, en el último momento, la espada de Ike empujó desde atrás la de su rival, desviándola y casi arrancándosela de las manos. Inmediatamente alzó la espada y la punta quedó cerca de la cabeza de Ephraim.

- No, Ike, no lo has entendido –interrumpió Seth- No quiero que os marquéis ni que os deis por muertos. Simplemente probad una estrategia de tanteo. Alejaos un poco. Así quizá salga mejor. Buen movimiento, por cierto.

Se alejaron. Eliwood vio el rostro de Ephraim. Estaba enfadado. Y no sin razón. Ike lo había humillado sin motivo alguno. ¿O tal vez había interpretado correctamente el chiste sobre el bajo nivel del grupo que el gemelo dijera al principio de la clase? En todo caso, la reacción de Ike había sido sumamente descortés. Los nobles de todo Tellius, Magvel y Elibe (en definitiva, de Ársel) eran muy corteses. Por buenas razones, entre ellas, que la cortesía podía evitar guerras.

De nuevo, el primero en atacar fue Ephraim, con un barrido alto que habría rozado el pelo de su rival más grande que él, si no fuera porque se apartó deprisa, quedando la espada muy lejos de su objetivo. Casi sin dar tiempo a Ephraim para recuperarse, dio un paso lateral, y lanzó una estocada de lado. El ataque no iba deliberadamente dirigido al tronco de Ephraim, era tan sólo un ataque de tanteo, y al chico de cabello azul claro le resultó fácil evadirlo.

Ambos se miraron, y alguien entre el público bostezó. Entonces, el gemelo lanzó un nuevo ataque. Era un tajo vertical, pero golpeó con fuerza el arma de su rival mientras descendía, en una operación parecida al primer embate del duelo. Luego, con un movimiento circular brusco y desmedido de su hoja de madera, Ike verdaderamente arrancó la espada de las manos de Ephraim.

El arma salió volando y algunos tuvieron que cubrirse las cabezas por si caía sobre ellos. La punta de la espada de Ike apuntaba al corazón de su rival.

- Ike –intervino Seth-, déjalo. Creo que el andarte con rodeos no es lo tuyo. Lo haces bien, de todos modos. Tienes buenos reflejos, y usas esa espada como una extensión de tu cuerpo. Pero te expones demasiado en los contragolpes. Un rival más experimentado podría haberlo aprovechado. Ephraim, vuelve a tu sitio. Has hecho lo que has podido.

El gemelo estaba furioso, pero lo ocultó tras una máscara de imperturbabilidad. Eliwood se dio cuenta de ello, pero dudaba que alguien más lo hiciera.

- Ahora quiero que hagáis lo mismo los demás. Yo os observaré y os corregiré. Fijaos en lo que hacía Ephraim sobre todo. –Podría haber sido un intento de subir el ánimo de Ephraim, pero si lo era, fracasó estrepitosamente. Ephraim se había atenido a las normas y lo había hecho bien, pero aún así había parecido claramente el más débil de los dos.

- Movimientos de tanteo. –Continuó el instructor- No ataquéis los puntos vitales, y por la diosa, no os rompáis los cráneos. Ephraim y Ike, descansad un poco si queréis. Vuestras parejas pueden retarse mutuamente. Eliwood, Mist, poneos juntos.

Eliwood se sintió atenazado. Se acercó a Mist procurando cuidar sus pasos para que pareciera indiferente. Nunca se había dado cuenta de lo difícil que era caminar, hasta entonces. ¿Por qué era tan difícil no hacerse un lío con las piernas?

- Hola, Eliwood.

Mist le sonrió. Su sonrisa casi le desarmó, sin necesidad de comenzar el duelo. Pero finalmente se armó de valor y adoptó su postura de combate, con las piernas ligeramente abiertas y la espada alzada ante él. La chica sujetaba la suya con ambas manos.

Eliwood hizo un amago, y Mist se apartó de su camino. El joven pelirrojo se dio cuenta de lo bajita que era su adversaria. ¿Cómo podría alguien tan pequeño…?

No pudo seguir su línea de pensamiento, porque Mist atacó. Era una estocada baja sorprendentemente rápida. Eliwood sentía los pies entumecidos, pero logró evadirla. Sin embargo, la chica no había acabado. Cambió la dirección del movimiento y alzó el arma hacia la derecha. Eliwood se movió hacia la izquierda. Luego, intentó hacer un barrido alto, pero la chica había desaparecido.

¡Se había agachado y se había movido con un rapidísimo paso lateral! Entonces, con un ensordecedor grito de guerra (un auténtico alarido guerrero desconcertante por salir de sus labios) hizo un tajo vertical desde abajo hacia arriba, con todas sus fuerzas. Eliwood tuvo que dar un salto atrás para evitarlo y se tambaleó. En un intento de mantener el equilibrio, dio una pequeña estocada hacia delante.

Para su sorpresa, eso fue suficiente. Mist, cuyo rostro se había congestionado por el último ataque, perdió completamente el equilibrio al ver venir la punta de la espada. Aquellas armas podían ser de madera, pero tenían punta y pesaban. Sus golpes dolían bastante. Mist cayó al suelo en su intento de evitarla, cosa que, como se dio cuenta enseguida, no habría sido necesaria.

La espada completamente extendida quedaba lejos de ella. No la habría tocado.

Tanto el joven pelirrojo como la chica de pelo castaño estaban sorprendidos por sus reacciones. Seth apareció. Lo había visto todo, y parecía pensativo.

- Bueno, veo que las reacciones impulsivas son cosa de familia, Mist. Ese último tajo podría haberle arrancado una oreja a Eliwood.

El instructor pasó ante Eliwood y ayudó a la joven a levantarse. Eliwood miró alrededor y vio que casi toda la clase les miraba. Debía ser por el grito guerrero de Mist. Había dejado a todos sorprendidos. Hasta Ike había dejado a un lado su expresión habitual de malas pulgas para ser sustituida por una de ligera sorpresa.

- De todos modos, pones demasiada fuerza en la espada. Desequilibra todo tu cuerpo. Tal vez necesites una espada más ligera o…
- ¡No! Puedo hacerlo. De verdad. –Contestó la chica enfáticamente.
- Uhmm… Bueno, sigamos probando si quieres.

Mist se sacudió la falda y el pantalón de cuero, y recogió su espada.
Durante un rato siguieron entrenando, pero era evidente que la joven había perdido el ímpetu inicial. Sus movimientos se parecían a los ensayos del principio, cuyo significado era ahora evidente. Aquellos movimientos básicos eran una forma excelente de educarse para vigilar los movimientos del adversario, sin peligro de que se mataran mutuamente.

Cuando la clase terminó, todos estaban cansados. Héctor y Lyndis parecían especialmente contentos, y el mal humor de Ephraim había bajado.

Eliwood quería charlar con Mist, pero ella se limitó a decir un escueto “adiós”, y desapareció rápidamente. Ni siquiera esperó a su hermano, que con su silenciosa actitud habitual, se acercó a Ephraim.

- Ephraim –dijo Eliwood- creo que quiere hablar contigo…

El gemelo se giró, y al ver al monumental Ike, con su rostro mortalmente serio, frunció el ceño. De pronto, Ike alzó la mano. El sentido del honor de Ephraim le impedía rechazarla de modo que, sorprendido, se la estrechó. Entonces Ike habló, y fueron las primeras palabras que le oían.

- Lo haces bien. Perdóname, yo no sé luchar así. Aprendí a luchar como mercenario, y en esas circunstancias sólo te quedas con los movimientos que te salvan la vida.
- ¿Has sido mercenario? –repuso Ephraim aún más sorprendido- Si pareces muy joven…
- Soy un poco mayor que tú, tengo dieciocho. Y bueno, eso era todo. No quería ridiculizarte. Es que tengo mucho que aprender.
- Eh… claro –dijo Ephraim-, lo entiendo. Yo también necesito aprender mucho. Podría aprender algunas cosas de ti, nunca había visto a nadie moverse de esa manera. Tus golpes son muy fuertes, pero resultan muy eficaces.
- Será un placer batirme contigo en otro momento.
- Será un honor.

Así, el fornido Ike se marchó, y Ephraim se quedó mirando su marcha con ojos muy abiertos. Eliwood le dio una palmada en la espalda.

- Siendo como es su hermana, tenía que ser buen tío –juzgó de manera definitiva el pelirrojo.
- Hablando de ella, la tiraste al suelo –dijo acusadoramente Lyndis.
- Fue un accidente. Ni siquiera estoy seguro de por qué se cayó, en serio. No sé, se puso nerviosa o algo así.
- Ah, Eli, Eli, Eli. –Intervino Héctor con ese apodo que últimamente le había dado por usar, a pesar de la irritación que causaba en su amigo.- No sabes nada de las mujeres.
- ¿Quieres decir que si las tiras al suelo, se enfadan?

Héctor quedó callado un momento.

- ¿Sabes? Esa es mejor conclusión que la mía.
- ¿Cuál era tu conclusión?
- Que si se caen al suelo se hacen daño.

Lyndis suspiró sonoramente.

- Todo un genio cuando se trata de mujeres, ¿eh, Héctor?
- Eh, no te metas conmigo. Intento animar a Eli.
- Eliwood. –repuso el interpelado.
- ¡Ephraim, mira! ¡Tenías razón, sabe decir su nombre!

Reían mientras iban a comer. Eliwood se detuvo. Estaban en el patio de armas. Era una superficie bastante extensa, rodeada de elevados muros, que daba al comedor directamente. El patio no era cuadrado. Formaba varios ángulos rectos, tenía diversas esquinas, por lo que no era posible ver la totalidad del patio de una sola vez.

A Eliwood le había parecido ver a alguien conocido. Retrocedió unos pasos. Los demás siguieron caminando, excepto Eirika, que estaba inusualmente callada. Ella también se detuvo.

- ¿Te pasa algo, Eliwood?

Miró en la misma dirección en que él miraba e hizo un gesto, mezcla de cansancio y de comprensión.

- Ve con ella, tonto –susurró casi de mala gana.



Mist estaba sentada contra un muro del patio de armas, en una esquina poco visible. Allí, encogida, lloraba sin ser molestada por todos los “aspirantes a héroe”, como los llamaba su hermano, que pudieran aparecer. O eso pensaba, hasta que apareció un chico pelirrojo en su campo de visión.
Eliwood se acercó a ella. Ella esperaba que al ver que quería estar sola, se marchara. Pero no lo hizo. Entonces, esperó a que la saludara y le preguntara que cómo estaba, o algo así.

Sobra decir que tampoco lo hizo. Eliwood llegó, se acercó a ella y se sentó a su lado, contra el muro. Luego, suspiró.
Mist parpadeó. Enseguida, se secó las lágrimas.

- ¿Qué haces aquí? Quiero estar sola. Vete. Me molestas.

Eliwood se quedó callado. Mist iba a reprenderle, genuinamente enfadada, cuando él hablo.

- Me gustas.
- ¿Qué?
- Pues que me gustas mucho. Desde la primera vez que te vi. En la lección de monta, fuiste una de las primeras que hizo el recorrido. Era el primer día en la Academia, ni siquiera sabíamos dónde íbamos a dormir. Pero yo sí sabía que eras fantástica.

Mist se quedó callada, encajando la información.

- No me conoces de nada.
- No me hace falta. Sé lo que necesito saber.
- ¿Qué sabes?
- Que eres valiente, porque decidiste venir aquí sabiendo que no sería fácil para ti. Tu hermano también debe de serlo.

Mist miró al suelo.

- Él es valiente, pero no quería venir. No creía que fuéramos a aprender nada útil. Nuestro padre se empeñó. Yo fui quien convenció a Ike para venir aquí al final. ¡Y mírame! He hecho el ridículo. No me extraña que nadie quiera tenerme cerca…
- ¿Qué acabo de decirte? A mí no me molesta tenerte cerca. Incluso me gusta. Y estoy seguro de que a los demás también, si lo intentases. Y no, no has hecho el ridículo. Todos cometemos errores. Tú has demostrado mucho espíritu, y algo de torpeza.
- Grité como una tonta. Todos me miraban, y entonces me caí al suelo porque sí.
- Héctor se cae al suelo constantemente. Pasa más tiempo ahí abajo que con el resto de los mortales. –Mist sonrió-, pero mírale. Siempre va con la cabeza bien alta. Es lo que hay que hacer. Y a la gente no le cae mal, ¿no? Bueno, al menos a algunos no les cae demasiado mal…
- Pero Héctor no es como yo. Es hijo del duque de Ostia. Es un lugar muy importante de Lycia. Tú también, creo que seríais vecinos o algo así por lo bien que os lleváis. Pero mi hermano y yo no somos nobles. Todos nos excluyen en cuanto pueden.

Eliwood pensó en Ephraim y Eirika, y no pudo negarlo. Su silencio fue interpretado por Mist como una concesión.

- Este no es nuestro lugar. Pero mi hermano es… muy bueno. Mi padre dice que tiene mucho potencial, y realmente lo creo. Si se esfuerza, al final acabará encajando. Pero yo…
- Dime, Mist… ¿no estudiabas sanación?
- Sí.
- ¿Eres buena?

La chica alzó la cabeza.

- Sí, eso creo.
- Si tú tuvieras que mandar a un sanador, ¿querrías que se enzarzara en combates?

Mist recapacitó, y entendió a dónde se dirigía Eliwood.

- ¿Insinúas que no debería luchar?
- No –contestó el chico-, que un sanador sepa defenderse es importante. Pero lo máximo que necesitas es aguantar. Aprende tanto como puedas, pero sabiendo que en tu caso, no es necesario que llegues a ser una máquina de matar. Tampoco creo que te pegue serlo.
Eliwood se percató de algo más.

- En realidad, pasa algo así con todos. Si vamos a ser comandantes algún día, si vamos a dirigir fuerzas, no debemos llevar todo el peso de la batalla. Lo importante es lo que aprendemos, para saber cómo usar las fuerzas de aquellos que confían en nosotros, y conseguir de ese modo que ellos ganen la batalla. Nosotros no luchamos solos.

Y como comandante sanadora –apostilló el pelirrojo- tendrás muchísima responsabilidad, de tu vida los hombres dependerán directamente mucho más que de las vidas de otros comandantes. Si puedes evitar la lucha directamente, evítala. Porque si mueres, no sólo podrían morir aquellos a quienes tenías que orientar en la refriega, sino también aquellos que sólo tú podrías haber curado. Hay pocos sanadores en el mundo, ¿sabes?

Mist le miraba intensamente. Eliwood se perdió en sus pensamientos.
Nunca había estado seguro de querer acudir a la academia para aprender a ser un general o un comandante. ¿No sería mejor contratar a uno? No había necesidad de luchar directamente él mismo.

Pero en aquel momento, hablando con Mist, entendió que estaba equivocado. De las decisiones de un comandante dependen muchísimas vidas. ¿Querría él dejar esas decisiones en manos de otros?

En un instante, Mist y Eliwood miraron al cielo. Y en ese mismo instante, la resolución de ambos se endureció, se volvió de acero al mismo tiempo. Y tal vez por esa razón quedó forjado un nuevo vínculo entre ellos.

- Bueno… ¿vamos a comer, Eli?

Mist sonreía.

- Oh, no… tú también, no…


FIN DEL CAPÍTULO
Última edición por Manzor el 10 Ago 2013, 21:13, editado 1 vez en total.

SkyKeeper
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Mensaje por SkyKeeper »

*spoiler*
SPOILER:
señor Héctor de Ostia.
Ostias es lo que le deben dar a Hector... :onion12:
bueno..., creo que es "Ositia"...
¡Zas, en toda la boca!

Solía hablar de esa manera del mago, aunque Eliwood no tenía ni idea de cómo habría aprendido esa peculiar expresión
ni yo :onion3:
...

y creo que a mi me soprendió mas la declaración tan temprana de Elimadera (mal chiste fácil(???) ) hacia Mist que la misma Mist..., aunque creo que en otro tema habíamos establecido que al que le gustan las bajitas y tímidas es a Hector (?)

Pude facilmente imaginarme la escena del entrenamiento, ese eral el crítico de Mist en RD si mal no recuerdo, y creo que en la version japonsea hace grito y todo (creo)

tambien me gusto mucho el toque de lucha entre ideas de aristocracia y demas, el mismo Eli tenía esas ideas, asi que no estaba tampoco en posición de recriminarle algo a sus compañeros, y la actitud de Hector fue resaltable

aunque aun no me cae :ikeming:, con eso del asunto de Pelleas y Micaiah (era ella, ¿verdad?)

Me imagine ese momento (volviendo a la lucha), en la mente de Mist (si me permites haré metarol (?) ) "soy... una inutil..., jamas podré igualarme a mi hermano... ¡¿En qué estaba pensando al venir aqui?!, a parte de inutil... idiota..., ¿Por qué sigo viva?, ese sujeto pelirrojo,... solo estaba jugando conmigo..., a penas podía moverse... y aun así... pudo humillarme..., aun con todo mi ezfuerso... jamas dejaré de ser una inutil" *llega Eliwood*
"Genial..., ahora viene a burlarse..., a burlarse de su víctima..., o quizas... ¿quedra humillarme mas?..., despues de todo... estoy sola..., no..., no lo permitiré....", en ese momento seca sus lágrimas

- ¿Qué haces aquí? Quiero estar sola. Vete. Me molestas.
"¿estas sordo o qué?, ¿quieres humillarme nuevamente?, pues yo creo que..." *se interrumpe su linea de pensamiento

-Me gustas.
- ¿Qué?
- Pues que me gustas mucho. Desde la primera vez que te vi. En la lección de monta, fuiste una de las primeras que hizo el recorrido. Era el primer día en la Academia, ni siquiera sabíamos dónde íbamos a dormir. Pero yo sí sabía que eras fantástica.
"p-p-pero... no entiendo..., tu me derrotaste..., ¿acaso quieres que sea tu premio?... no... pareces buena gente... aun asi... no.... yo... esto.... es tan repentino...."

- No me conoces de nada.
- No me hace falta. Sé lo que necesito saber.
- ¿Qué sabes?
- Que eres valiente, porque decidiste venir aquí sabiendo que no sería fácil para ti. Tu hermano también debe de serlo.
"entiendo... "

si... soy muy fan de Mist..., creo que mejor le paro... lo siento :onion7:
y eso...

Canas sería un buen profesor, pero le falta algo de caracter, venga, debío echarle un Flux a Hector en la clase...
y Saleh..., si me parecía ese tipo de persona, sino miren como le salio Ewan (?), y bueno..., me encantó mucho estos dos capítulos, los conflictos internos con su nobleza, y las prácticas, ¡sigue así!

:onion20:

Kvothe
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Mensaje por Kvothe »

No había visto que tu también habías empezado un fic. No esta nada mal, pero por algún motivo se me esta haciendo leeeento, muy lento. Supongo que es porque ya conozco los personajes y se como van a responder y actuar, así que los toques de humor de Hector no me sorprenden, por poner un ejemplo, pero los dialogos estan realmente bien (Solo que eso, para cualquiera que conozca los personajes les vana resultar muy "estandar"). Supongo que esto cambiar poco a poco.

Y lo que me sobra mucho de todo esto es ese "Zas en toda la boca", la verdad xD

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